Misión Antares



Por María Alejandra Almeida 




¿Quién no ha soñado con ser astronauta alguna vez? ¿O con surcar las galaxias desconocidas que se expanden más allá de los confines de nuestra imaginación?

Yo lo hice, cuando era niña. Quería trabajar como súper heroína del espacio, como jedi o como conductora espacial (al estilo de Han Solo). Por supuesto, el empleo terrícola que más se parecía a cualquiera de mis opciones era el de astronauta. Lamentablemente, ese trabajo parecía estar destinado a las personas de América del Norte, Europa o Asia. No a las latinoamericanas como yo.

Aaron Cevallos, el personaje principal de la nueva novela de Cristián Londoño Proaño, corrió con mejor suerte. Supo que quería ser astronauta a los diez años, cuando su padre le regaló un transbordador espacial durante la navidad del 2184. Para ese entonces ya se había descubierto un planeta con condiciones similares a los de la Tierra: Titus. La Unión del Norte, la Unión Europea, Rusia, China e India ya habían enviado misiones espaciales para explorarlo.

Por su lado, la Unión de Naciones Latinoamericanas surcó todos los desacuerdos políticos y problemas financieros que se le presentaron y lanzó una convocatoria para la Misión Especial Antares cuando Aaron Cevallos tenía dieciséis años, la edad necesaria para aplicar. Era el primer proyecto espacial para formar astronautas latinoamericanos, con el objetivo de viajar al hemisferio sur de Titus y colocar una estación robótica con fines de investigación científica.

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Aaron se inscribió, al igual que miles de aspirantes de Latinoamérica. Rindió las pruebas, compitió contra muchachos y muchachas que tenían buena preparación y capacidades admirables. El correo electrónico de respuesta le llegó una mañana, mientras jugaba Extrem. Aaron aplastó la pantalla de su videófono y leyó el mail que le cambiaría la vida: la aceptación a formar parte de los aspirantes a astronautas y el inicio de una disputa feroz, en medio de la cual conocería a Diara González, sin imaginarse el peligro que les aguardaba a los dos en la Agencia Espacial Latinoamericana.

Así, a través de una vertiginosa lectura difícil de abandonar, ambos jóvenes luchan para ser parte de los seleccionados finales a la expedición a Titus, libran tres pruebas de alta dificultad y estudian diariamente Astrofísica, Matemática, Biología, Química, Física y Robótica. Sin saberlo, su camino los lleva también a pelear por su supervivencia, amenazada por el pasado de Diara y por sus dones de precognición, por los que el mundo se muestra escéptico.


Cristián Londoño Proaño desarrolla esta historia de expediciones espaciales sobre la base de su conocimiento exhaustivo de la ciencia-ficción, y ofrece a sus lectores una aventura juvenil con buen ritmo narrativo y un interesante suspenso de corte detectivesco, en el marco de la potencial colonización humana de Titus, otro planeta habitable a 22 años luz de distancia de la Tierra, cuya existencia ya no parece una simple invención, según los últimos hallazgos científicos. Precisamente, el 1 de agosto del 2019, fue descubierto por un equipo internacional de astrónomos un nuevo sistema solar con un planeta que podría ser habitable, un posible y muy real Titus.



La columna vertebral de la novela se bifurca en las historias de los adolescentes de dieciséis años, Aaron Cevallos y Diara González, quienes transitan una etapa de auto conocimiento, desarrollo físico y psicológico, pero lo hacen un contexto de rigurosa competencia y peligros inesperados. Su camino, a lo largo de las páginas, va desplegándose con rapidez, pero de manera convincente, debido al contexto que viven y a la toma de importantes decisiones que se ven forzados a realizar. Esto no reduce la sensación de simpatía que el lector puede sentir ante dos chicos que podrían haber sido amigos de cualquiera de nosotros en la secundaria.

El escenario donde los personajes se desenvuelven es un futuro positivo, con creativos artefactos que sirven a la humanidad: un tablado tecnológico, donde la mermelada de fruta puede teletransportarse, los autos se han convertido en pequeñas naves espaciales que permiten cubrir el tramo de Quito a Buenos Aires en 5 horas, y donde se puede jugar al fútbol con proyecciones de históricos estadios que cobran vida.

Cualquier persona, mayor de diez años, disfrutará adentrarse en la historia. Especialmente los adolescentes. Más aún si les gustan los misterios, los peligros y la ciencia-ficción. Con su lectura, podrán cumplir un sueño y convertirse en aspirantes a astronautas, lo cuál sería maravilloso si, como yo, desearon ser uno alguna vez en su vida. Recomiendo MISIÓN ANTARES y sugiero a los lectores que, después de esta, continúen explorando las demás novela de Cristián Londoño Proaño. A diferencia del resto de sus obras, MISIÓN ANTARES expone el camino de un héroe juvenil en medio un futuro positivo. Pero, con la lectura de las demás, podrían observar diversas visiones de un tiempo todavía incierto que, bajo ciertos impulsos, podría no ser tan bueno.

Nota: Este artículo se publicó en la web sitio de ciencia-ficción  

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